jueves, 24 de noviembre de 2011

Intervención para el llanto

Mientras terminamos de almorzar, escucho los padecimientos de mi compañera de trabajo. Me cuenta sobre su postergación del viaje al exterior con su novio debido a que el perdió ocho mil pesos. A cambio, se va a Buenos Aires una semana. Dice que está cansada, que duerme mal y hace 3 años que no se toma vacaciones.
En la recepción de sus palabras, puedo sentir su estrés. Trato de que mis palabras sean, más que una respuesta o sugerencia de amigo, un disparador para su autocrítica.
-Tenés que empezar a preguntarte en qué medida depende de vos todo lo que te pasa- le digo con absoluta serenidad.
Y repentinamente, la veo llorar, después de que cierra la tapa de su celular. Entonces, con la frialdad de una heladera y la objetividad del mejor árbitro de fútbol, sigo tratando de escucharla. No creo en el consuelo, en absoluto. El consuelo se logra por la perseverancia de uno mismo en el transcurrir del sufrimiento, o por obra divina.
Le pregunto si pasó algo además de lo que me contaba, y me dice que no.
Pienso que a veces el llanto, ese doloroso y casi agradable síntoma del alma, a veces necesita un empujón para salir. Tal vez mis palabras hayan podido condensar ese doloroso vapor que empaña el ánimo para que pueda ese sentir, transformarse en renovadoras gotas que al correr, puedan despejar su pesar.

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